Qué bonito el mensaje de Rose. ¿No es encantadora Rose? Hace años que no hablan y ahora, de repente, le manda estas bellas palabras. Siempre ha tenido un corazón enorme Rose, ¿verdad? El mensaje de su antigua amiga arropa a Laura toda la mañana y le ilumina el confinamiento durante unos cuantos días. La buena de Rose, qué ramalazo le ha dado, qué atenta, mírala.
Menos de una semana después le llega un saludo de Linda, tan melifluo como el de su otra amiga: que si su mágica sonrisa, que si sus gráciles andares, que si su dulzura inigualable. Laura se siente bien, arropada por el cariño de la gente a la que quiere. Qué suerte tiene. Qué suerte.
El mensaje de Richard es el que despierta sus sospechas: «Siempre que vislumbre el cielo californiano, sentiré que me están mirando tus ojos azules, que son, han sido y serán los más bellos que existan». ¿Y este hombre? ¿Cómo que ahora le da por la zalamería? Él siempre ha sido como un libro cerrado, como un ser inerte y sin sentimientos que existe pero que no es. Y ahora qué mosca le habrá picado. Bueno.
Bueno.
Bueno, lo que pasa es que Laura lleva años enferma y los mensajes se multiplican víricamente, se convierten en un goteo constante y diario. Lo que empezó como un rayo de luz se convierte en una tormenta: más que de cariño, cada mensaje está cargado de truenos fulminantes con previsiones obituarias.
¿Años enferma? Lustros, más bien: un tumor cerebral, lupus, linfoma, cáncer de estómago, EPOC y a saber qué más. Su cuerpo, paradigma y viva imagen del vademécum. Lo que pasa es que nadie cree que Laura vaya a sobrevivir a la pandemia y no le mandan mensajes de amor, sino de despedida, de muerte.
Laura se enfurece: si alguien va a sobrevivir, será ella: la máxima superviviente. No por nada, simplemente que protegerse es su especialidad. Ella podría dar lecciones magistrales sobre pasar semanas sin poner un pie en la calle y no perder la cabeza, sobre evitar virus y bacterias, sobre sobrevivir.
Como vuelva a recibir un mensaje sobre su esplendorosa sonrisa, sus andares livianos o su exultante dulzura, va a vomitar. Quizás el coronavirus no pueda con ella, pero esta avalancha de mensajes contagiosos la tiene con un pie en la tumba. De verdad.
Se acumulan palabras y palabras y palabras, que se niega a leer, así que se le enquistan y le supuran y la envenenan. Para sobreviviente, Laura. Basta ya.
Pero, una mañana, ojeriza y vencida, abre el ordenador y se resigna a leer la ristra de mensajes de muerte apilados. Así, juntitos, resplandecen. Laura brilla toda entera: quizás sí que sean palabras de cariño… Eros/Thánatos/Eros: palabras de amor pero de muerte pero de amor.
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