Peripecia

[Read story in English]

Vendrá primero la madrugadora de Manoli, la panadera, que es una balsa de aceite y a quien a veces hay que arrancarle las palabras de la garganta; luego le toca a Juan, ese que se compró una casita en la zona nueva, que parece un lorito de repetición y le pone a uno la cabeza como un bombo; más tarde tendrá a las dos hermanas, las señoras mayores que viven un poco más arriba de la calle, que son la alegría de la huerta y siempre lo piropean por tener cada ojo de un color; a las cuatro acudirá la dueña del bar de la plaza de la Iglesia, la Mari, que está muy sola y se desahoga en cada visita y suele soltar alguna de esas lagrimillas que dejan un nudo en el estómago, pero al final se acaba yendo con la autoestima por las nubes; después será el turno del chiquito este joven de las loterías, cómo se llama, ay, que no para quieto y pone los nervios a flor de piel y hay que cerrar los oídos y contar hasta cien para tranquilizarse; casi al final llegará Julito, el bedel del colegio, a quien le sientan genial los consejos y la maestría de Dioni y se va con el guapo subido; y ya a última hora tiene cita Antonio, el patatero, que trae tranquilidad y un soplo de aire fresco y se ponen al tanto entre broma y broma con la confianza de la amistad.

Para el primer día, no está nada mal. Ha costado cuadrarlo todo: lleva sonando el teléfono sin parar desde que anunció la reapertura hace menos de una semana y ha tenido que hacer malabarismos para que el horario quede muy organizadito, porque las citas han de hacerse con cuentagotas para una mayor seguridad. Se muere de ganas de ponerse manos a la obra. Qué duro, qué duro está siendo. Y qué raro. Al principio lo veía todo con el ojo marrón y le daba por cepillar al gato, sin parar, de los puritos nervios. Se cruzaba con él y tris, lo agarraba de un zarpazo y se pasaba el tiempo cepillándolo y cepillándolo, y el gato sin decir ni miau, ahí, con la paciencia de un santo y sin sucumbir a su instinto cazador. Ahora, aunque Dioni roza el final con los dedos, todavía le da ansiedad e intenta peinarlo, pero lo trae tan frito que, en cuanto vislumbra a su humano con el cepillo, sale corriendo como un descosido.

Por fin cambiarán las tornas en un rato y nadie huirá de sus peines, más bien al contrario: irán llegando las personas que ha citado para hoy, ávidas, como imantadas a su cepillo. Se ha hinchado de ilusión solo al abrir el cierre de la peluquería —el golpe seco del candado, el estruendo del metal, el dulce repiqueteo de la campanilla— y el ánimo ha ido creciendo y creciendo a medida que ultimaba cada detalle. Está el ojillo verde resplandeciente: le apasiona su trabajo y enfrentarse a todos esos pelos de cuarentena se plantea como todo un reto en que tiene que tirar de creatividad y realizar transformaciones drásticas, ras, ras, ras. Se imagina perfectamente el desfile de hoy: greñas y canas y puntas abiertísimas y restos del tinte ese del supermercado, que satura el cabello y lo ahoga, que mira que te avisé de que no te echaras esa baratija y tú erre que erre. 

Desde que empezara a lavar cabezas a los dieciséis años en el barrio de Salamanca y luego abriera su propio negocio en 1991 en su Leganés natal, jamás había soltado las tijeras durante tanto tiempo. La última semana antes del confinamiento sentía cierta desconfianza y preocupación, pero el virus parecía lejano y ajeno, así que, cuando anunció el cierre del establecimiento, lo hizo con incredulidad y se le centró toda la visión del mundo en el ojo marrón. 

El confinamiento le ha regalado una extraña sensación de calma desoladora al no oír la incesante campanilla de una puerta que se abre y se cierra sin parar, al carecer de gente entrando, tilín, tilín, y saliendo, tilín, tilín, y entrando, tilín, tilín, al no forzarse a mantener una conversación y otra y otra, al descubrir el silencio de los secadores apagados. De la noche a la mañana, su realidad se guareció entre las cuatro paredes de su hogar, flanqueado por esas puertas blindadas sin blindar, con todo el tiempo del que nunca había disfrutado con Reme y con los niños, conociéndose. 

Conociéndose, sí, porque antes solo se veían a la hora de la cena y los fines de semana, pero en los dos últimos meses lo han hecho todo juntos y construyen recuerdos buenos, muy buenos; aunque también hay momentos en los que siente presión en el ojo marrón huye como gato que atisba un cepillo. Entonces se baja a caminar al garaje un rato, nada, treinta, cuarenta minutitos, y da un paso y otro y otro sumido en la claustrofobia del gas, la luz, el agua, el teléfono, la comunidad, el alquiler del piso, los seguros, los tributos al ayuntamiento, el IVA, las facturas, los productos, la tarifa de autónomos, la gestoría y los seguros sociales de su trabajadora y luego se ofusca con los enredos con los niños, cuya única preocupación es el instituto y que entregan los deberes siempre a ultimita hora. Y da pasos y pasos y pasos rebotando de un muro a otro en ese oscuro garaje que huele a humedad y vuelve a fumar en secreto y los pasos van desmarañando sus pensamientos y se llena de respiraciones profundas —inhala, exhala— y vuelve a casa con el ojo verde incendiado y con ganas de mejorar sus nuevas dotes en la cocina y de echar un parchís con esa familia tan bien peinada para disfrutar del trajín del niño, la curiosidad de la niña y el humor de Reme.

Ella, Reme, fue la que agarró las riendas para tirar para delante y organizar todos los gastos y apretarse el cinturón en lo que hiciera falta, hombre ya. También a ella se le ocurrió lo de decorar el escaparate de la peluquería por el día de la madre, como hace con maña para cualquier ocasión especial, y esta no iba a ser menos: que si al final no podemos abrir y la mayor parte del tiempo el cierre va a tener que estar echado porque el Gobierno al final decide que no se puede pasar de fase y nadie más ve el escaparate, no importa, por lo menos nos entretenemos. Quedó precioso: aquellas flores y aquellos colores se le metieron a Dioni por ambos ojos, el marrón y el verde, y todavía los lleva dentro, dándole vueltas en el estómago. Aquel florecimiento le hizo querer más a su pareja, qué gran suerte tenerla a su lado, pero no se lo digas, que no le gustan esas ñoñerías, y le plantó un beso en los morros que retumbó en aquella peluquería sin un alma y ella se dio cuenta de que había vuelto a fumar, pero no lo regañó, porque esta vez lo entendía.

El Gobierno, bueno, bien, a saber qué habrían hecho otros, lo mismo o peor. La ambigüedad inicial lo carcomía, la ruina lo acechaba como una infausta tormenta y se le arremolinaba la angustia en el ojo marrón hasta tirarse de los pelos y gritar y llorar en sus paseos y paseos por el garaje. Por suerte, no tuvo que verse obligado a aceptar el dinero de sus amigos, porque poco a poco le fueron concediendo esto y lo otro: aplazamientos en los pagos del IVA, respira, condonación de la tarifa de autónomos y los seguros sociales de marzo y abril, respira, respira, concesión de un bono social para agua y luz, respira, respira, respira. Y los bancos, bueno, mal, como siempre, unos buitres: le aprobaron un crédito ICO, para tener liquidez y afrontar los pagos, pero con intereses, porque siempre tienen que sacar tajada, incluso en estos momentos. Parece que se ya se han olvidado del dinero que les dimos durante la crisis.

En los últimos días ha estado yendo a la peluquería para apañarla e ir acostumbrándose a los estrictos protocolos: complementos sanitarios, desinfección después de cada corte, mascarillas obligatorias, aforo limitado, esterilización de utensilios… En lo que va y vuelve, pasea por el barrio con incredulidad y piensa en el resto de autónomos, y cada cierre echado le parte el corazón. Se pregunta cómo estarán los demás negocios, si habrán solicitado las ayudas a tiempo, si cumplirán con los requisitos, si se las habrán concedido. El ojo marrón se anega. Se esperaba cada vez un mayor optimismo, pero en esas calles con contagios y muertes reinan la incertidumbre y la preocupación. Dioni le pone nombre, apellidos y cara a cada una de las víctimas, porque no existe cabeza en el barrio que no haya pasado por sus manos: sus padres fueron de los primeros en llegar allá cuando aquello no eran más que casitas bajas y chabolas y calles estrechas sin asfaltar. Dioni es el barrio, lo conocen todos. Su clientela hace las veces de familia y la familia ayuda con la clientela. Se echan una mano unos a otros. Se nota que últimamente la gente del barrio quiere ayudar, hay iniciativas, donativos, colectas de comida. Le da por pensar que el ser humano es maravilloso y el ojo verde le hace chiribitas.

El reloj ya está a punto de marcar las diez. Se pone la mascarilla quirúrgica y, encima, la N95 para mayor seguridad. La manitas de Reme les ha hecho a él y a su empleada unas pantallas de protección que ocupan toda la cara, para que arreglen esas hordas de pelos que llegarán a partir de hoy. Lo ha echado tanto de menos… Lleva treinta y seis años dedicándose a trastabillar por esa rama de la psicología que supone escuchar y aconsejar mientras lava cabezas, corta las puntas —y un poquito más, un poquitito, para sanear, que te va a quedar un peinado mo-ní-si-mo—, alisa, riza, moldea, pone horquillas y echa laca, desde la mañana hasta la tarde, muchas horas, muchas.

Manoli llega con una larga melena y pide que corte, que corte bien, que la va a donar. La quiere besar y abrazar, pero no le queda más remedio que hacerlo de boquilla, con una voz distorsionada por todos esos cachivaches reglamentarios. Cuando mete la tijera, siente en el brazo una ráfaga del aliento que atraviesa la mascarilla de la mujer y le recorre un escalofrío, pero continúa, porque queda mucho día y hay que cambiar el miedo por respeto y asumir la nueva normalidad, y los iris se le colman de arcoíris.

~~~~~~~~~~~~~~~~~

Más cuentos pandémicos basados en historias reales en
El amor en los tiempos del coronavirus,
de Patricia Martín Rivas.

El amor en los tiempos de coronavirus_Patricia Martín Rivas

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s