«La vida es la cosa mejor que se ha inventado»: nos deja Gabriel García Márquez

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«La vida es la cosa mejor que se ha inventado», afirma el hambriento protagonista de El coronel no tiene quien le escriba, manteniéndose siempre optimista ante las adversidades, ante las penurias, ante las tormentas; porque qué tesoro tan grande, la vida.

Gabriel García Márquez se acaba de marchar y ya no nos regalará jamás preciosos pedacitos de su vida, de una vida con un brillo especial, y el mundo grisea, a la fuerza, inevitablemente. Porque resulta innegable afirmar que quien ha conocido a (la literatura de) García Márquez, ha enriquecido su propia vida.

El genio del escritor traspasa, no obstante, la muerte. Gabo, como lo llamaban (como siempre lo llamaremos), tenía un don innato con el que poquísimos escritores han podido contar: la sucesión de palabritas que encadenan su literatura ahondan en los más profundos sentimientos del ser humano, en los más primitivos, y el lector se ve completamente sumido en sus historias, narradas con suma belleza, porque hablan de él, hablan de usted, hablan de ti.

Y, a pesar de que se confesó varias veces contrario a las normas ortográficas establecidas, se puede culpar a su excelente dominio del lenguaje de engatusar con sus narraciones. La historia de su obra favorita, El amor en los tiempos del cólera, quizás no sea espectacular, pero cómo atrapa, con ese manejo bellísimo del español, esa envidiable narrativa, ese mensaje de amor a la vida, de amor a la libertad, de amor al amor. García Márquez muchas veces es contenido, pero siempre —siempre, siempre— es forma; y así se demostró al llevar al cine esta obra, lo cual tuvo como resultado una película insulsa y aburridísima, sin alma. Por algo él se negaba la mayoría de las veces a llevar sus novelas a la gran pantalla: el alma no se traspasa, porque está contenida en sus palabras.

Pero el amor tiene muchas formas en la vida, lo cual se refleja muy bien en Del amor y otros demonios, que cuenta la historia de una niña amada y rechazada, misteriosa y mártir, una niña con el cabello más largo del mundo; una historia basada en la realidad, aunque pueda no parecerlo.

La celebérrima Cien años de soledad es su obra más aclamada. Y con razón: fundó el movimiento literario del realismo mágico, que consiste en narrar hechos fantásticos mezclándolos con la realidad y convirtiéndolos así inmediata, irrefutablemente en verosímiles. Y en este libro creó el universo de Macondo, un lugar donde se hace del todo creíble la presencia de malabaristas de seis brazos, la existencia de una mujer de más de ciento cuarenta y cinco años y una lluvia que no cesa durante semanas y semanas. Y es que las líneas «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo» y todo lo que le sigue se ha puesto a la altura de El Quijote, también con un famosísimo comienzo —«En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme»—, lo cual, no cabe duda, supone un grandísimo honor para la figura de Gabo, ganador además de Premio Nobel de Literatura en 1982.

Quizás su novela más infravalorada sea Memoria de mis putas tristes (la última que escribió, en 2004), una delicia literaria que el lector se ve en la obligación de devorar, porque no puede evitar saber si el viejito protagonista se acostará con esa joven virgen a la que tanto desea y la sumará a la lista de amores de pago que ha ido configurando durante toda su existencia.

Y quedan más, claro: la periodística Relato de un náufrago, los deliciosos cuentos guardados en la selección titulada Ojos de perro azul, la autobiográfica Vivir para contarla.

Como se suele decir, los escritores nunca se van, porque queda su obra; y aun así el mundo llora hoy: Gabriel García Márquez se ha marchado para siempre. Pero qué fea la muerte, carajo.

Por: Patricia Martín Rivas

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