Fondo negro, ópera o jazz o música clásica, letras blancas en fuente Windsor: ya llegó la alegría cinematográfica de carácter anual (palmadas interiores): una nueva película de Woody Allen. El último regalo visual del director estadounidense se titula Blue Jasmine.
El prolífico cineasta está pasando por una época cuanto menos extraña, ya que las turbulencias que afectan a su vida personal no interfieren en el vuelo su última obra maestra, gran recolectora de innumerables galardones.
La mayor responsable de tal aglomeración de distinciones es la australiana Cate Blanchett, el personaje principal de Blue Jasmine, que ya se ha hecho con un sinfín de premios en Estados Unidos (Globo de Oro incluido) y que se agenció el Bafta a mejor actriz protagonista el pasado fin de semana. Y, atención, también es una de las cinco actrices nominadas al Oscar por la mejor interpretación femenina en un papel protagonista (en realidad, cuatro actrices: ¿cómo va a ganar Sandra Bullock, una actriz con tal cantidad de bótox que apenas si puede fruncir el ceño?).
Pero la magnífica interpretación de Blanchett viene respaldada de un señor guión, con ese humor tan fino del director judío, y una crítica a la situación financiera actual, pero sobre todo a los vituperios de los grandes empresarios (que no siempre grandes personas) y a la frágil vida lujosa que se pegan gracias a sus menesteres ocultos.
El largometraje relata en noventa y ocho minutos (¡y para qué más!) historias vitales de ricos y pobres y habla de la subida y la caída, de la felicidad ―tan ligada al dinero, como expresa Jasmine con frases como la del título del artículo, casada con un magnate interpretado por un Alec Baldwin bastante normalito en su papel; o no, como demuestra en todo momento su alegre hermana―; perfila a sus personajes con pinceladas gruesas pero acertadísimas; viste de un ritmo trepidante, una agilidad envidiable y una limpieza de planos académica pero deliciosa; se desarrolla en la bella y habitual Nueva York y esta vez también en la hermosa San Francisco (raro: California, oh, la pobre, tan despreciada por Allen) y cuenta con buena música. Siempre con buena música.
Se trata, en fin, de una de esas películas que ha parido Woody Allen muy bien hechita, una de esas no protagonizada por un entrañable hombrecillo neurótico obsesionado con la existencia humana (como últimamente, por otra parte). A veces, uno no sabe qué esperar del genio neoyorquino (nacido en 1935, ojo), y es que estrena una película por año desde 1977, el año de [reverencias, ahora] Annie Hall, con lo que es muy fácil que salga algún film menor de vez en cuando. Pero Blue Jasmine es un obrón a la altura de los más recientes. Un Match Point. UnMedianoche en París. Y ya tiene a punto de salir del horno Magic in the Moonlight, ya en fase de posproducción, según el sitio de imdb.
Está desde el seis de febrero en los cines peruanos. No se la pierdan por nada del mundo.
Por: Patricia Martín Rivas
Tags: cine, woody allen, blue jasmine, cine de autor