Solitas

Los asistentes, como no podía ser de otra manera, se entusiasmaban. El predicador, hijo de predicador, seguía predicando, y la ovación y las lágrimas se entremezclaban en la emoción indecible de un sermón interminable. Te mentiría si te dijera que en algunos momentos no me contagié de la alegre intensidad divina. Yo, la atea por antonomasia, cuyas convicciones acérrimas casi se derrumban por el efecto de esa gloriosa comunidad, en la que cantábamos y bailábamos el gospel, nos sonreíamos en cada cruce de miradas, nos recitábamos versos sacro-amorosos agarrándonos de las manos.

Tenías que haber visto sus caras. Sonreían sin parar, porque [se creían que] Dios los guardaba; cantaban, bailaban, alabado sea el Señor, se daban las manos, nos dábamos las manos, cantábamos. Yo no repetía las palabras del predicador, pero si lo hiciera, alabaría a la Señora: esa abogada que te está ayudando en el camino hacia la justicia. Por primera vez me olvidé de todo lo que no estaba entre esas cuatro paredes.

Es por eso que casi creí en Dios(a) en aquel edificio destartalado de Brooklyn. Huí hasta allí porque Manhattan me dolía demasiado: los rascacielos, que siempre me han apasionado, se me dibujaban como

F F F

A A A

L L L

O O O

S S S

Y los cuadros de Frida representaban tu lucha (nuestra lucha, qué carajo).

Y la calle Mercer me recordó a cuando Ana Mendieta se

«C

A

Y

Ó»

del piso 34.

Y aún no hay estatuas con nombre de mujer en Central Park.

Y el edificio Dakota cobija a una Yoko Ono culpabilizada, invisibilizada, ninguneada.

Y.

Me habría encantado llamar a tu abogada a ratitos, para que nos hiciera justicia a todas (a todas: a las del presente, pero también a las del futuro y, ojalá todopoderosa, a las del pasado): una Diosa justiciera que nos vengue por los crímenes acometidos durante siglos y siglos. Quiero que esa Abogada sea nuestra Señora, nuestra Diosa, y que en el juicio consiga castigar a ese diablo que decidió dañarte, hijo de un sistema que es el mismo Diablo, lleno de diablos juzgados por diablos que arguyen estratagemas para perpetuar sus diabluras.

Pero, querida sobrina, no solo pienso en ti en los momentos negativos, no te creas. Brooklyn se convirtió en mi refugio desde que vi The Dinner Party, y te quise a mi lado más que nunca.

Sojourner Truth.

Sacajawea.

Anna van Schulman.

Christine de Pisan.

Etceterísima.

Solo Diosa conoce el martirio de aquellas mujeres, con las que Judy Chicago hizo {algo de} justicia. ¿Tú ya la has visto, Gabriela? (Pese a tener solo dieciséis años, has conocido tanto que ya me pierdo.) Algún día la disfrutaremos juntas: esta comunidad de bellas representaciones de vaginas nos aliviará un poquito el suplicio, aunque no cantemos tanto ni tan bien ningún Gospel.

Y fue justo después cuando entré a aquella iglesita guiada por los cánticos que resonaban desde el exterior, aunque no conseguí aguantar toda la arenga: el tonito sermonario logró desquiciarme. Esa gente se refugia para escapar de un exterior donde la policía dispara según el aspecto físico; pero al final es una ficción: un lugar tan resguardado y tan sagrado como en el que te pasó a ti todo eso. Y sentí que me ardían los pechos y tu carita se me apareció con fuerza y me dijiste que me fuera, que era mentira, que ningún lugar es seguro, que era mentira, que ningún lugar es seguro, todo mentira.

La lluvia de fuera me llenó las gafas y los pensamientos de gotitas. «Gabriela, Gabriela», pensaba. «¿Cómo estarás, Gabriela? ¿Estás en un lugar seguro? ¿Hay algún lugar seguro? ¿O has dejado de creer en ellos?». Y pensaba en la Diosa y deseaba con fuerzas convertirme en su predicadora y quería que te ayudara.

Me noté de repente una acuciante humedad en la entrepierna: inevitablemente, la sangre había invadido mis bragas y mis leotardos. Oh, no: el vestido bermellón se había teñido de un rojo más fuerte. ¿Y la silla? Le rogué vehementemente a Diosa haber dejado un asiento libre de menstruación.

Casi llamo a Roger para anular la cena en Manhattan porque desbordaba sangre, pero se me apareció tu carita de nuevo, Gabriela, y me regañó por dejar que una manchita de nada me arruinara los planes de la última noche neoyorquina.

El lavabo de Roger y Beatrix estaba averiado. {Mecagüen Diosa.} Los juguetes de su nena yacían desperdigados por la bañera. Beatrix me dijo que usara el fregadero de la cocina, hasta arriba de cacharros. Ella habría entendido perfectamente lo del desbordamiento, pero no quise molestarla más: ya tenía bastante con el catarro, el embarazo complicado y la nena saltándole sin tregua alrededor. La maniobra con la copa siempre implica manos ensangrentadas, y no estaba dispuesta a lavármelas ni sobre los dinosaurios de goma en la bañera ni sobre los platos apilados de la familia. Una vez más en mis veinte años menstruando, tuve que improvisar una compresa con papel higiénico y, por si las moscas, me senté en el suelo para no manchar ningún tipo de tapicería.

Insistí en partir, porque Beatrix tosía sin parar y se quejaba del tripón —y porque quería cambiarme—, pero nos costó arrancar. Tú te habrías puesto de los nervios: mientras Roger hablaba y hablaba, Beatrix atendía la nena y fregaba los platos sucios, a pesar del nefasto catarro y de aquel feto que llevaba meses presionándole los nervios. Yo intentaba distraer a la nena, pero lo único que la atrajo hacia mí durante más de diez segundos fue aquella torre de peluches que me dio por hacer y que más bien parecía una orgía animal.

Tuve que limpiar el suelo con disimulo y con saliva antes de marcharnos. (Siento ser un ejemplo desesperanzador; tú eres más organizada: ojalá consigas aprender a controlar mejor el sangrado.) Llegamos por fin al restaurante y bajé al baño ipso facto, augurando un paraíso de pulcritud, váteres y lavabos, pero había una de esas personas que te echan jabón y te abren el grifo y te dan toallas con la cabeza gacha, como si una tuviera muñones o como si una estuviera a favor de la servidumbre. Me cambié el pañalcompresapapelhigiénico y no me hurgué en los adentros para extraerme la copa, vaciarla y ponérmela de nuevo. ¿Qué iba a hacer, Gabriela? ¿Ir con las manos ensangrentadas para hacerle pasar un mal rato a esa pobre criada a la que ni le dejé una propina? (Como siempre, no tenía ni un puñetero dólar en el bolsillo.) Para disfrutar de la cena, aposté por apretar los chacras y no beber tanta agua, como si tales trucos de pacotilla funcionaran.

Pero eso no fue lo peor que me ha pasado en el viaje, Gabriela: ayer en Central Park, una muchacha argentina me pidió que le sacara una foto. Por intentar entablar una conversación, le pregunté si había venido solita a Nueva York. Solita. Yo también viajaba sola, pero quedó fatal. La argentina me transmitió el desdén que merecía con los ojos —«¿le dirías a un tipo si vino solito?»— y se despidió rápida, abruptamente. Por primera vez, no quise que estuvieras a mi vera, porque te habría avergonzado (la ensoñación de tu carita se me apareció, claro, sonrojada).

Luego deambulé por el East Village con la ensoñación de tu carita persiguiéndome. Se me hace inevitable: en cada esquina plañidera me imagino tu pena y tu rabia y tu dolor y tu impotencia y no puedo parar de pensar en ti y no soporto la impotencia ni el dolor ni la rabia ni la pena que me inundan. Me sentía completamente minúscula y ninguneada: decidí parar, respirar, mirar al cielo y escuchar música, en otro de los tantos intentos de abotargar mis pensamientos. Pero de repente saltó Sunshine of Your Love y tu dolor se mezcló con mis propios recuerdos. A mí no me pasó en el grupo de la iglesia, como a ti, sino en el portal de mi casa. Sí: a mí también me violaron, Gabriela. Y también me sentía culpable. Y también conocía a mi agresor: era mi novio. Me llevó a casa un día que me emborraché demasiado y, a cambio, me forzó antes de morir en mi habitación, porque me lo estaba pasando muy bien con mis colegas y no me puedes decir que no, porque he tenido que pagar un taxi para ir a buscarte, no me puedes decir que no, porque cómo me vas a dejar así, no me puedes decir que no, no me puedes decir que no, NO ME PUEDES DECIR QUE NO. Fue él quien me pasó esa canción, que aún conservo en mi colección de música, y que siempre me recuerda (in)conscientemente a él y a su fuerza.

Aquel hombre que se masturbó en el vagón vacío del túnel de metro más largo del mundo nunca me pasó ninguna canción, así que solo se me asoma en los recuerdos cada vez que estoy sola con cualquier hombre en cualquier vagón de cualquier metro de cualquier mundo. Tampoco tengo ninguna canción que me recuerde a aquel compañero de clase en el instituto que me estampó contra el muro cuando rechacé ser su novia, porque no puedes ser tan simpática conmigo si no quieres nada más. Alguna canción en francés me recuerda a veces a David, quien rompió mi televisión a golpes al darse cuenta de que las únicas opciones pornográficas estaban codificadas. Y no es una canción, sino la sidra, la que me recuerda a aquel desconocido que me agarró una teta cuando me sujetaba el pelo mientras vomitaba. Por eso me dolió cuando me dijiste que había sido tu culpa, Gabriela, porque nos hacen pensar que siempre es nuestra culpa, incluso cuando no hacemos nada. Está muy bien tramado, ¿verdad? Al menos tú lo has denunciado, Gabriela, no como yo, que no he hecho nada y ya no creo que lo pueda hacer.

Dice la canción que voy a estar pronto contigo, mi amor, que llevo mucho tiempo esperando, que estoy contigo, mi amor, sigue, los dos solos, que voy a quedarme contigo, cariño, hasta que se me sequen los mares. No me explico por qué sigo conservando Sunshine of Your Love. Le Tigre, Ana Tijoux, Excuse 17 y las demás me empoderan, pero me olvido masoquistamente de borrar las canciones hirientes. ¿Será porque recordar las heridas pretéritas nos hace más fuertes?

Las cicatrices nos hacen más cautas, desde luego.

Y entonces entendí que mi ex era otro predicador más que tergiversa la Palabra {de Cream}, cuya letra dibuja en mí una cicatriz imborrable; que ellos, los violadores, o se dejan llevar por el Diablo —y por Dios— o son el Diablo —y se creen unos todopoderosos—, y en cualquier caso merecen ser castigados; que nos han violado y nos violan, pero que en algún momento del futuro no nos violarán nunca jamás, Gabriela, ya lo verás: las violaciones no serán nada más que parte de la historia macabra perpetuada por el Hombre [Hombre como sinónimo de hombres, no de Humanidad]. Alabada sea Diosa, diremos. Alabada sea la Señora.

Mi cadena de pensamientos se desviaba sin cesar, irremediablemente, hacia la argentina solita y Beatrix —que también estaba solita—, porque así evitaba acordarme de tus horrores, Gabriela. Aquellas mujeres tan solitas seguramente también sean las sobrinas de alguien. Y yo, yo también estoy solita. Y tú, Gabriela, también estás solita. Todas estamos solitas cuando estamos solas, pero tenemos derecho a estar solas y nos gusta estar solas y nos merecemos poder estar solas. Y nos tenemos las unas a las otras, que no se te olvide: nunca estaremos solas cuando nos necesitemos.

Vuelo en un rato a casa. El ~juicio final~ es la semana que viene —y quizás se celebre antes de que te llegue esta carta: el correo ordinario se me antoja mucho más romántico—. Ante todo, te pido que cruces los dedos, Gabriela: cruzar las piernas nunca nos sirvió de nada.

[Solitas fue el cuento más votado
del concurso XII Premio Joven de relato corto El Corte Inglés
del Club de escritura Fuentetaja]
San Francisco

San Francisco de la mano de Mark Twain

Introducción: Qué ver en San Francisco

¡Oh, San Francisco, mi paraíso! Una ciudad siempre animada, con tantas opciones de ocio. De hecho, yo fui muy feliz escribiendo en el periódico local sobre qué se cocía en esta urbe. ¡Qué tiempos! En San Francisco me trataron mejor de lo que merecía. Yo, Mark Twain, un mero sureño estadounidense, me llevé el mejor trato en este estado recién adherido al país. Hoy en día mis obras son de lectura obligatoria en todos los institutos de Estados Unidos, pero fue aquí precisamente donde comencé a hacerme famoso. Las gentes de orígenes tan diversos y los fuertes terremotos han configurado la estética de la ciudad, con una gran influencia de la arquitectura victoriana. Eso sí, yo hice más por San Francisco que cualquiera de sus otros residentes: ¡tanto será que la población se incrementó en 300.000 habitantes al poco tiempo de marcharme! La ciudad de la niebla, San Fran, Frisco… como quiera que la llamemos, es un lugar en el que todo el mundo quiere vivir grandes experiencias. ¿Vamos a dar un paseo?

1.-  Fisherman’s Wharf

Me encanta empezar nuestro paseo en el puerto de Fisherman’s Wharf, porque llegué a San Francisco en barco de vapor más de una vez. En el siglo XIX, en plena Fiebre del Oro californiana, muchos hombres llegaban de todo el país para enriquecerse. Qué digo todo el país, ¡de todo el mundo! Muchos pescadores italianos y chinos aprovecharon el crecimiento de la ciudad para ofrecer sus mercancías a los hambrientos trabajadores. Desgraciadamente, los edificios originales fueron destruidos en el famoso terremoto e incendio de 1906, que asoló la ciudad. La arquitectura actual es una mezcla de escombros y materiales nuevos, que se utilizaron para reconstruir el puerto. Desde aquí podemos ver dos de las atracciones más populares de San Francisco. ¡Si nos deja la característica niebla del lugar, claro! Al mirar al oeste, se ve el puente Golden Gate, el símbolo de la ciudad. Y hacia el norte se vislumbra la isla de Alcatraz, con su infame prisión, cerrada en 1963 y que ahora es un museo que se puede visitar a través de un agradable paseo en barco.

2.-  PIER 39

Hay que ver lo que sopla el viento aquí. ¡No se puede venir con ropa de verano! Desde luego, el invierno más frío que he pasado es un verano en San Francisco. Aunque hay temporada de lluvias, las temperaturas cambian poquísimo a lo largo del año: hay que dormir con un par de mantas finas tanto en verano como en invierno, sin necesidad de mosquitera. Ni siquiera hay que estar pendiente de la predicción del tiempo: basta con mirar un almanaque para saber qué día hará, pues la variación de un año a otro es prácticamente nula. Supongo que hay gente a la que le gustará este clima, pero a mí me parece muy monótono, la verdad. ¡Juro que rezaba por que hubiera algún relámpago de vez en cuando! A pesar del viento, este puerto sigue siendo muy popular hoy en día. Creo que tienen mucho que ver los simpáticos leones marinos, que viven desde 1989 en esos antiguos muelles de embarcaciones. ¡Cómo disfrutan de la brisa! ¡Y qué ruidos hacen! Son más divertidos que muchos humanos que conozco. Este lugar es perfecto para disfrutar de marisco fresco, comprar suvenires y realizar varias actividades con niños, como ir al acuario.

3.-  Musée Mécanique y USS Pampanito

Ya no quedan máquinas como estas; ¡qué divertido es este lugar! El Musée Mécanique es una colección privada con máquinas antiguas de videojuegos, de música y hasta de adivinar el futuro y la fortuna en el amor. Es tan ridículo como divertido. Por muy viejas que parezcan, aún se puede jugar. ¡La diversión está asegurada por un par de peniques! Seguro que tanto mayores como niños estarán encantados. También lo estarán con el USS Pampanito, un submarino que se encuentra atracado justo al salir por el otro lado del museo. Se trata de una embarcación utilizada en seis patrullas de la Segunda Guerra Mundial y que ahora es una atracción turística. Aunque dé un poco de claustrofobia, merece la pena visitar el submarino. Cuenta con una sala de radio, cuarenta y ocho literas y muchas cosas más. ¡Es increíble! Me da mucha pena que el ingenio humano se use tan a menudo para promover la guerra y no la paz.

4.-  El gran terremoto de 1906

Recuerdo a la perfección mi primer terremoto, aquí en San Francisco. Era una tarde apacible de domingo, las calles estaban vacías y de pronto todo comenzó a temblar. El suelo se movía como las olas del mar, de un modo violento, y vi cómo los edificios empezaban a derribarse. He de confesar que la sensación me pareció única y que lo disfruté mucho. Claro que en el gran terremoto, acontecido el 18 de abril de 1906, habría tenido mucho más miedo. Al fuerte terremoto le siguieron tres días de incendios por todo San Francisco, lo que destruyó casi por completo la ciudad, y murieron centenares de personas. Fue una barbaridad. Eso sí, la ciudad supo resurgir de sus cenizas, y a una velocidad de infarto. Se ayudó a las familias sin hogar, dándoles refugio, comida y tabaco. En unas pocas semanas, los modernos tranvías circulaban por las calles. En tres años, se erigieron unos 20.000 edificios, que conforman la actual ciudad, con una arquitectura que mezcla la estética victoriana y la moderna, con predominación de la madera y el ladrillo.

5.-  Calle Lombard

La sinuosa calle Lombard es una de las más famosas del mundo. ¡Y con razón! Decenas de turistas la visitan cada día para hacerse fotos con la calle de fondo. Tiene ocho curvas cerradas en solo 400 metros. Yo no llegué a conocerla, pero me habría encantado bajar por esta calle en automóvil o en bicicleta, rodando sobre su preciosa calzada roja rodeada de plantas florales y casas de estilo victoriano. La razón de su construcción repleta de curvas fue hacer que los peatones pudieran caminar por una calle tan sumamente empinada de un modo seguro. Y, además, se consiguió hacer de un modo muy estético. Aunque parezca mentira, hay calles aún más inclinadas. Y es que parte de la personalidad de San Francisco se debe a sus colinas. Son preciosas, sí, pero aquí hay que estar en forma o contar con un buen carruaje.

6.-  El barrio italiano

La avenida Columbus, que se extiende a un lado de donde estamos, le debe su nombre a uno de los italianos más famosos de la historia: Cristóbal Colón. Un gran número de inmigrantes italianos se instalaron aquí después del gran terremoto, con lo que la zona se convirtió en un pequeño barrio italiano. De hecho, contemplamos ahora la iglesia neogótica de San Pedro y San Pablo, también conocida como la catedral italiana del oeste. Más allá de la iglesia se puede ver la torre Coit, desde donde hay unas vistas preciosas de la ciudad. Hoy en día, la población italiana en esta zona es más bien anecdótica, pero aún se pueden disfrutar pizzas, capuchinos y pasta de gran calidad. Durante los años 50 del siglo pasado, por cierto, los revolucionarios escritores de la generación beat se reunían en los cafés de la zona. No me extraña que les atrajera tanto San Francisco. Sin duda, ¡es una ciudad muy inspiradora!

7.-  Pirámide Transamérica

Cuando se terminó su construcción en 1972, la Pirámide Transamérica se convirtió en el octavo edificio más alto del mundo. Hoy en día, es el rascacielos más emblemático de la ciudad. Mide 260 metros y tiene 48 pisos, ¡en mi época no había edificios tan altos! Se construyó teniendo en cuenta la peligrosidad sísmica de la ciudad, con un sistema que demostró su eficacia durante el terremoto de Loma Prieta, en 1989, cuando no sufrió ningún daño. Se encuentra en el Distrito Financiero de San Francisco, donde se concentran decenas y decenas de empresas, bancos, bufetes de abogados y otros negocios. Cuando California pertenecía a España y después a México, el Distrito Financiero se llamaba Yerba Buena y servía como puerto. En 1846, Estados Unidos ganó el territorio en la llamada Batalla de Yerba Buena sin que se disparara ni una sola bala y sin bajas ni muertos.

8.-  Edificio de ferries

De estilo neorrenacentista, el edificio de ferries es uno de los símbolos principales de la ciudad. Su gran torre con un reloj está inspirada en la Giralda de Sevilla y las arcadas, en el acueducto de Roma. Desde que abriera sus puertas en 1898, el edificio de ferries de San Francisco se convirtió durante décadas en la puerta de entrada de forasteros nacionales e internacionales, que llegaban en tren y en barco. Antiguamente había un puente peatonal delante del edificio, pero se desmontó en un intento desesperado de conseguir metal para armamento durante la Segunda Guerra Mundial. Gracias a su estructura de acero, resistió los dos grandes terremotos que asolaron la ciudad. Desde 2003, el edificio renovado ofrece comidas gourmet, un mercado de agricultores varios días a la semana y terrazas con unas preciosas vistas a la bahía. Es un espacio ciertamente encantador.

9.-  Calle Market

La calle Market tiene casi cinco kilómetros y va desde el edificio de ferries hasta las colinas de Twin Peaks, desde donde se puede disfrutar de unas vistas espectaculares de la ciudad. La calle Market es la arteria de la ciudad desde que se diseñó en el siglo XIX. Antaño, la calle estaba plagada de carruajes y tranvías, pero a partir de la década de los 60 del siglo pasado, se modernizó con el metro y los rascacielos. Mi hogar estaba por aquí, de hecho: a solo una manzana, subiendo por la calle Montgomery. Se trataba de un hotel de lujo, el Occidental, el mejor de la ciudad, que desgraciadamente fue destruido por completo en el terremoto de 1906. La revista literaria semanal The Golden Era tenía su sede aquí, por lo que el hotel atrajo a muchos escritores e intelectuales. Ya entonces esta zona me parecía un lugar de prisas y jaleo, y ruido… y confusión. ¡Veo que no ha cambiado mucho!

10.-  El barrio chino

El Chinatown de San Francisco es el barrio chino más antiguo de Estados Unidos y también es el que cuenta con la mayor población china fuera de Asia. Se trata de una comunidad con centros culturales, hospitales, servicios en mandarín y cantonés y celebraciones diversas, como el año nuevo chino. Recibe más turistas incluso que el Golden Gate. Los visitantes podrán sentirse como en una ciudad china, disfrutar de la comida más auténtica y comprar objetos de recuerdo. Cuando yo vivía aquí, en los años 60 del siglo XIX, me encolerizaba ver su situación, por lo que aproveché que escribía en un periódico local para denunciarlo. Y es que, para abaratar los costes de la construcción del ferrocarril transcontinental, contrataron a más de 10.000 trabajadores de China, que vivían en condiciones deleznables. Pero ¡ahora es maravilloso! Después del gran terremoto, los mandatarios quisieron reubicar a los ciudadanos chinos en las afueras. Sin embargo, la comunidad les plantó cara y consiguieron quedarse, aprovechando para construir edificios con una estética más china, como varias pagodas, un tipo de templo budista. Aquí tenemos la famosa Puerta del Dragón, la bonita entrada al barrio chino

11.-  Museo de arte moderno

San Francisco cuenta con muy buenas colecciones de arte. Una de las más destacadas es la del museo de arte moderno, conocido como el SFMOMA. El museo se inauguró en 1935 en otra calle y se trasladó aquí sesenta años después. Tras su cierre temporal durante tres años, en 2016 reabrió sus puertas con un aspecto renovado gracias a una expansión arquitectónica. Cuenta con una colección internacional de más de 30.000 obras de arte de los siglos XX y XXI, y se trata de un museo interactivo y muy innovador. De hecho, fue uno de los primeros museos en otorgarle a la fotografía el estatus de arte. Con obras de artistas como Kahlo, Warhol o Pollock, merece la pena visitarlo, desde luego. En mi época el arte no era tan diverso (ni tan raro). ¡Me resulta asombrosa la creatividad humana! También merecen una visita el museo judío y el centro de artes Yerba Buena, ambos a la vuelta de la esquina, en la calle Mission.

12.-  Plaza Unión

Esta plaza recibe su nombre en honor a los mítines en apoyo al Ejército de la Unión durante la guerra civil estadounidense. Este ejército, liderado por Abraham Lincoln,  fue el vencedor de la guerra. Pertenecía a los estados del norte, que defendían la unidad de todos los estados y tenían ideas más liberales, como la abolición de la esclavitud. Aunque yo estaba de acuerdo con estos valores, tuve que luchar en el otro bando, con el ejército de los Estados Confederados durante un aterrador segundo. Afortunadamente para la literatura universal, sobreviví. La columna que hay en medio de la plaza está dedicada al almirante George Dewey, una de las figuras principales de la inmediatamente posterior Guerra hispano-estadounidense.

Además, en las cuatro esquinas de la plaza hay esculturas de corazones, cuyos dibujos van cambiando regularmente, y que sirven para recaudar fondos destinados al hospital principal de la ciudad. Esta zona es ideal para los amantes de las compras y del lujo.

13.-  Tranvías en Powell y Market

¡Ahora sí que me parece que estoy en el San Francisco de mis tiempos! Aquí acaba y empieza la ruta de los tranvías y se ha mantenido el antiguo mecanismo para cambiar el sentido de la marcha. Así, cuando un tranvía llega a este punto, queda encajado en una plataforma circular giratoria y varios trabajadores le dan la vuelta empujándolo. El espectáculo desde luego es único: se trata del último lugar en el mundo en que se sigue manteniendo este sistema manual. ¡Me parece increíble! ¡Qué preciosidad! Aquí mismo se puede subir al tranvía para ir hacia el norte de la ciudad. El sistema de tranvías de San Francisco se inauguró en 1878 con veintitrés líneas, de las cuales solo quedan tres hoy en día. Aunque una parte de la población local aún lo utiliza, es un medio de transporte que sigue vivo gracias a los turistas. Y, a decir verdad, viene a las mil maravillas para moverse por esta ciudad tan llena de cuestas.

14.-  Biblioteca pública de San Francisco

En la biblioteca pública de San Francisco, tuve la oportunidad de leer unos cuantos libros fascinantes de mi estilo: humor inteligente. Fue en esta ciudad donde se me ocurrió realizar lecturas públicas de mis textos. A pesar de que mis amigos opinaron que nadie acudiría a verme leer, un editor me recomendó realizar un evento literario en la casa más grande de la ciudad y cobrar un dólar por la entrada. ¡Fue todo un éxito! Comencé a exhibir mis vestiduras por los sitios con más clase de la ciudad. La biblioteca a la que yo iba estaba en otro lugar, pero se destruyó en el terremoto de 1906, con una pérdida del 80% de las obras. Entonces se trasladó al edificio que justo vemos ahora al otro lado de la calle, pero que sufrió daños en el terremoto de 1989, y se reconstruyó como museo de arte asiático. Esto nos lleva a la biblioteca actual, esta, construida entre 1993 y 1995 al puro estilo Beaux Arts, con una fachada de granito blanco y una original claraboya en su luminoso interior.

15.-  Ayuntamiento de San Francisco

Como tantos otros edificios, el antiguo Ayuntamiento quedó totalmente destruido en el terremoto de 1906. El nuevo se construyó en estilo Beaux Arts, con una estructura de metal y una cúpula de unos 94 metros de altura. El interior está diseñado con elegancia y cuenta con elementos como bóvedas y columnatas. En la entrada, hay una estatua dedicada a Harvey Milk, primer hombre abiertamente homosexual en ser elegido para ocupar un cargo público en Estados Unidos y que fue asesinado aquí mismo en 1978. El arquitecto principal, Arthur Brown, Jr., también diseñó los edificios de la ópera, los veteranos y la torre Coit, entre otros. La construcción del Ayuntamiento nuevo se terminó justo a tiempo para la Exposición Universal de San Francisco, en 1915. Con esta exposición se quiso celebrar la inauguración del canal de Panamá, y además sirvió como excusa para demostrar la ágil capacidad de recuperación de la ciudad después del devastador terremoto. Hoy en día solo queda uno de los edificios construidos expresamente para la exposición, el Palacio de Bellas Artes, en el distrito de la Marina.

16.-  Ciudad multicultural

En esta zona hay varios edificios dedicados a la música, como la ópera, la filarmónica o el centro de jazz. ¡Mis ignorantes oídos disfrutaron de un sinfín de conciertos durante mi estancia! Hay opciones para todos los gustos, ya que nos encontramos en una ciudad con gentes de diversos orígenes. La mayor oleada de migración se dio a raíz del hallazgo de grandes cantidades de oro en California, el 24 de enero de 1848. Tan solo ocho días después, California pasó a formar parte de Estados Unidos. Al año siguiente, hubo una gran oleada de hombres toscos y barbudos y la población de San Francisco aumentó en un 2400%. La Fiebre del Oro trajo consigo tiempos de bonanza, whisky, peleas, fandangos, apuestas, testosterona y gran felicidad. La ciudad se fundó oficialmente en 1850. Ha habido desde entonces diferentes movimientos que han atraído a la gente. La oleada más reciente ha sido de trabajadores de tecnología, debido al boom empresarial en el Área de la Bahía de San Francisco. Esto ha encarecido muchísimo la ciudad y ha desplazado a la población más bohemia.

17.-  Las Damas Pintadas

Reciben el nombre de Damas Pintadas más de 48.000 casas construidas entre 1849 y 1915 en Estados Unidos. Su estilo arquitectónico inicial fue el victoriano, nacido durante el reinado de Victoria I del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda. Con inspiración en la arquitectura gótica inglesa, este movimiento se hizo popular tanto en el Reino Unido como en sus colonias. Al morir la reina en 1901, Eduardo VII del Reino Unido subió al trono. La arquitectura adoptó entonces el estilo eduardiano, inspirado en el barroco inglés y, por tanto, menos ornamentado. La Fiebre del Oro trajo opulencia a la ciudad, con inmensas casas por todo San Francisco. Las Damas Pintadas más famosas son estas, también llamadas «las Siete Hermanas», construidas entre 1892 y 1896. Originalmente, no eran tan coloridas: un artista comenzó un movimiento en los años 60 del siglo pasado para que la ciudad fuera más viva visualmente, lo que otorgó a las Damas Pintadas su aspecto actual. Desde este parque, Alamo Square, la vista de estas casas con los rascacielos de fondo es una de las más bellas y emblemáticas de San Francisco.

18.-  El movimiento hippie

«Si vas a San Francisco, recuerda llevar flores en el pelo». La canción San Francisco se convirtió en todo un himno en la década de 1960, porque representaba todo lo que estaba sucediendo en la ciudad. San Francisco se convirtió en el epicentro del movimiento contracultural, en especial esta calle, Haight, donde se mudaron unos 15.000 hippies en 1966, muchos escritores, artistas y cantantes. En 1967 se celebró el festival del Verano del Amor y más de 100.000 locuelos vinieron a la ciudad para disfrutar del ambiente que promovía valores como la paz, el amor libre, la compasión y la igualdad. Regalaban flores a la gente que pasaba, llevaban el pelo largo y ropajes de colores y tomaban alucinógenos. Cuando acabó el verano, muchos volvieron a sus estados de origen para fundar comunas y expandir el movimiento. A lo largo de esta calle aún quedan resquicios de la contracultura, con personas que mantienen el espíritu y tiendas donde se pueden comprar objetos y camisetas hippies, que no tienen ni punto de comparación con mi elegante traje blanco, todo sea dicho.

19.-  Castro

La bandera que hoy simboliza la diversidad sexual en todo el mundo se diseñó en San Francisco, considerada la ciudad más importante en cuanto a los derechos y la visibilidad del colectivo de gays y lesbianas. Una enorme bandera multicolor ondea en Castro, el barrio gay, y cuelga de muchas viviendas y negocios. En las décadas de los 60 y los 70 del siglo pasado, muchos homosexuales se mudaron al barrio y construyeron o remodelaron casas victorianas. Así, se creó un espacio seguro para el colectivo homosexual, oprimido históricamente, y esto llevó a una liberación única en el mundo, que sirvió como modelo para otras ciudades. Desde 1970, se celebra en Castro la Marcha del Orgullo de San Francisco, uno de los mayores desfiles en el mundo por la diversidad sexual. Durante más de un siglo, por cierto, el nudismo ha sido legal en San Francisco. Y aunque desde 2012 se ha restringido legalmente, esta zona sigue siendo nudista. Así que es habitual ver a gente desnuda paseando plácidamente por la calle. Conociendo esta ciudad, ¡no puedo decir que me sorprenda!

20.-  Misión de San Francisco de Asís

También conocida como Misión Dolores, la Misión de San Francisco de Asís es el edificio más antiguo de San Francisco. Entre 1769 y 1833, varios curas franciscanos españoles construyeron veintiuna misiones en todo el estado. El objetivo era evangelizar las colonias españolas, como California. La Misión de San Francisco de Asís, fundada el 29 de junio de 1776, es la séptima que se edificó. Las misiones se construían con muy pocos recursos y normalmente estaban hechas de adobe, una masa de barro y paja. Además, no había en realidad mano de obra cualificada, sino que recurrieron a nativos americanos esclavizados y entrenados expresa e improvisadamente en las tareas de construcción. Aunque con una estética sencilla, se consiguió emular el estilo arquitectónico de la época en España. Como buen ateo, yo no pisaba por estos lares, pero sé que en la propiedad hay una estatua del cura español de la época más célebre aquí, Junípero Serra, beato declarado póstumamente Apóstol de California.

21.-  Parque Dolores

San Francisco está construido sobre colinas de arena, pero… colinas de arena muy fértiles. Así, la vegetación es muy abundante. La ciudad cuenta con todo tipo de flores ciertamente excepcionales. Incluso tienen la flor más curiosa que hay, la del Espíritu Santo, que yo pensaba que solo crecía en Centroamérica. Es difícil de encontrar, ¡los californianos se pasan todo el tiempo arrancándolas! En este parque hay muchos amantes de las flores, que las llevan en el pelo, siguiendo el espíritu hippie de la ciudad. No se puede negar que el ambiente es excepcional, con toda esta juventud. En el parque Dolores se hacen picnics, se celebran conciertos y se ven unos atardeceres espectaculares. El parque está en un lugar con un gran peso histórico. Aquí vivieron los nativos americanos yelamu durante más de dos mil años hasta que los echaron los españoles, después de explotarlos para construir edificios sin pagarles ni un penique. También se alojaron en este lugar más de 1600 familias que se quedaron sin hogar a causa del terremoto y el incendio de 1906.

22.-  Edificio de las mujeres

Gracias a mi matrimonio con Olivia Langdon, conocí a abolicionistas, socialistas, ateos y activistas por la igualdad. Ella me enseñó a luchar por un mundo mejor. Esto es lo que hacen desde 1971 en el edificio de las mujeres, un espacio donde se les dan herramientas a las mujeres para mejorar sus vidas a través de la confianza en sí mismas y la fortaleza. Además, se hacen talleres y conferencias y se prestan servicios sociales. Como muchos otros edificios en el barrio de Misión, tiene un bonito mural en su fachada. El mural de MaestraPeace simboliza los logros de la mujer en la historia. Los precios de los pisos en este barrio se han incrementado muchísimo en los últimos años, debido a la llegada masiva de jóvenes. Además  de parar a disfrutar de los murales, Misión es el lugar ideal para comer o cenar. Lo más típico son los tacos, tanto por tratarse de una parte imprescindible de la gastronomía californiana, como por ser este el barrio mexicano. ¿Y qué mejor forma de acabar nuestro recorrido que llenándonos el buche?

[Guía diseñada y escrita por
Patricia Martín Rivas]

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Washington D. C. de la mano de Frederick Douglass

Introducción: Qué ver en Washington D. C.

Recorrer Washington D. C. significa viajar por los recovecos de la historia, pero a menudo la historia se suele narrar desde una sola perspectiva. Soy Frederick Douglass y nací con la condición de esclavo en 1818, con un nombre que elegí cambiarme cuando me convertí en hombre libre. También tuve que elegir que mi cumpleaños fuera el 14 de febrero, en un proceso de recuperación de la dignidad, de la cual los esclavos éramos despojados. Aprendí a leer y a escribir y, como sabía que no existe mejor arma que la cultura, eduqué a otros esclavos. Desde que conseguí escapar, luché por la igualdad, publiqué tres autobiografías, fundé periódicos, di discursos ante miles de personas y ocupé cargos públicos en Washington D. C., donde pasé los últimos veinte años de mi vida. Dame la mano y déjame hablarte desde una perspectiva histórica única sobre este maravilloso lugar, que ocupa mi corazón.

1.-  La Casa Blanca

Pennsylvania Avenue, 1600 es una de las direcciones postales más famosas del mundo, porque corresponde a la Casa Blanca, el hogar presidencial en los Estados Unidos. Así que, ¿qué mejor lugar para empezar nuestro recorrido por Washington D. C.? Inmediatamente después de la creación del distrito capital de Washington en 1790 como territorio neutral que no pertenece a ningún estado, el arquitecto irlandés James Hoban diseñó el edificio en estilo neoclásico. Todos los presidentes del país, incluido el primer presidente afroamericano, Barack Obama, han vivido en ella desde que John Adams se mudara en 1800. Los presidentes fueron incorporando a lo largo de los años muchas de sus zonas más emblemáticas, como el Ala Oeste o el Despacho Oval. Además de Casa Blanca, en mis tiempos la llamábamos de muchas formas, como palacio presidencial o mansión ejecutiva. De hecho, su nombre actual no fue adoptado oficialmente hasta 1901. Se habla a menudo de sus increíbles espacios, como sus 132 habitaciones, 35 baños, 28 chimeneas, bolera, cine, tiendas e incluso una consulta dental. Sin embargo, apuesto a que no sabes quiénes compusieron gran parte de la mano de obra. Efectivamente: esclavos negros. Sí, irónicamente la Casa Blanca está hecha con manos negras.

2.-  Manifestantes en la Casa Blanca

Algunas de las decisiones más importantes del mundo se toman en la Casa Blanca, por lo que tiene un gran protagonismo, para bien y para mal. Por ejemplo, los británicos la incendiaron durante la guerra anglo-estadounidense de 1812, por la que se disputaron algunos territorios canadienses, pero fue reconstruida ipso facto. También se convocan a menudo muchas manifestaciones frente al edificio. Llama especialmente la atención el campamento de la paz instalado de forma permanente frente al edificio, en contra del desarrollo de las armas nucleares. El activista William Thomas lo instaló en 1981 y permaneció ahí hasta su muerte, en 2009. Lo acompañaron más activistas, como la española Concepción Picciotto, que vivió en el campamento entre 1981 y 2016. Sus sucesores continúan con esta lucha, la protesta política más larga en la historia. Hay además diferentes leyendas sobre el espíritu de Abraham Lincoln vagando por la Casa Blanca, hasta tal punto que el propio Winston Churchill juró haber visto su fantasma en una visita al edificio presidencial. ¿Te importa si voy un momento a buscarlo para agradecerle que finalmente aboliera la esclavitud?

Manifestantes en la Casa Blanca

3.-  Museo Nacional de Mujeres Artistas

¡Oh, qué maravilla! ¡Un museo dedicado a valorar el trabajo de las mujeres artistas! En mi condición de defensor de los derechos de las mujeres, me quito el sombrero ante tal iniciativa. Ante el innegable abandono de las mujeres en las artes, el matrimonio Holladay se dedicó a coleccionar arte en femenino desde los años 60 del siglo pasado, pero la inauguración del Museo Nacional de Mujeres Artistas no llegaría hasta 1987. Se encuentra en el antiguo templo masónico de la ciudad, de estilo neorrenacentista. Su colección tiene un carácter interseccional, es decir, tiene en cuenta también a mujeres de grupos histórica y socialmente oprimidos. Ese mismo era mi caso: aunque mi principal foco era la opresión racial, estaba involucrado en otras luchas. De hecho, fallecí justo después de acudir a una reunión en el consejo nacional de mujeres, de un súbito ataque al corazón, el 20 de febrero de 1895. Mi multitudinario funeral se celebró en la Iglesia Episcopal Metodista Africana, a tan solo 15 minutos al norte de aquí. Pero prefiero no volver, que ¡me trae malos recuerdos!

4.-  Teatro Ford

A mí siempre me gustaron las artes; de hecho, cambié mi apellido por el de Douglass en alusión al protagonista de La dama del lago, célebre poema de Walter Scott. Cuando vivía en Washington D. C., me gustaba acudir a este famoso teatro. Se construyó en 1833 y cumplió la función de iglesia hasta 1861, momento en que el director de escena John Ford lo compró y lo transformó en el teatro que ahora es. Sin embargo, el principal motivo de su fama fueron los tristes acontecimientos ocurridos el 14 de abril de 1865. Aquella noche, el por aquel entonces presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln y su esposa, Mary, acudieron a ver la obra Nuestro primo americano. En un acto de venganza y de cobardía, justo después de la victoria de los estados del norte en la Guerra de Secesión, el actor John Wilkes Booth, simpatizante de los estados del sur, asesinó a Lincoln de un tiro en la cabeza. Dicen que el despiadado asesino gritó en latín «Sic semper tyrannis», es decir, «así siempre a los tiranos», las palabras que Bruto le dedicó a Julio César cuando lo mató. Sea verdad o no, desde luego resulta muy teatral.

5.-  Explanada Nacional

Estar aquí y observar lo que nos rodea implica mirar a la Historia a los ojos. Este parque nacional entre el Capitolio y el río Potomac es el más visitado en los Estados Unidos. A finales del siglo XVIII, George Washington contrató al ingeniero francés Pierre Charles L’Enfant para que lo diseñara, pero su construcción no se llevó a cabo hasta principios del XX. Por un lado, este parque presenta infinidad de monumentos, que nos transportan al pasado y nos brindan esperanza. Por otro, este es un lugar de reunión de las masas bien enfurecidas, bien hermanadas. Por el suelo que pisamos ha habido desde grandes manifestaciones por el cambio del statu quo, como la Marcha por el trabajo y la libertad en el verano de 1963, o la Marcha de las mujeres a principios de 2017, hasta celebraciones por los logros históricos, como la primera investidura de Barack Obama en enero de 2009. ¡Un presidente negro en los Estados Unidos! Qué pena no haber vivido para verlo.

Explanada Nacional

6.-  El Capitolio

El Capitolio, que alberga el congreso estadounidense, se empezó a construir en 1793, no mucho después de la Declaración de Independencia con respecto a Gran Bretaña, el famoso 4 de julio de 1776. Fue también Pierre Charles L’Enfant quien ideó el proyecto. Sin embargo, una vez empezado, se negó a aportar dibujos, alegando que el diseño estaba en su cabeza. Tras su despido y varios intentos frustrados de encontrar un sustituto, tomó las riendas el arquitecto, pintor e inventor William Thornton, con un diseño neoclásico. Cuando el gobierno británico llevó a cabo la quema de Washington en 1814, el edificio quedó tremendamente dañado. En su reconstrucción se agregó la rotonda, inspirada en el exquisito Panteón de Agripa, en Roma. Admiremos la cúpula: con 88 metros de alto, 29 de diámetro y un peso de 6400 toneladas; se trata de una estructura de hierro pintada de tal manera que parece piedra. Te recomiendo visitar el interior: yo podía pasarme las horas absorto en la contemplación de tal obra magna. Si entras, búscame en el centro de visitantes: desde 2013 hay una estatua mía ahí.

El Capitolio

7.-  Museo Nacional de los Indios Americanos

Las tareas de investigación y educación que desempeña el Instituto Smithsoniano incluyen una serie de museos, la mayoría en Washington D. C. Uno de ellos es el Museo Nacional de los Indios Americanos, que recoge la historia, la cultura, la literatura, las lenguas y las artes de los pueblos nativos de Norteamérica. Con esa tendencia tan tristemente común en el hombre blanco, los europeos masacraron a pueblos nativos americanos casi por completo cuando llegaron a estas tierras. Después de los errores del pasado, lo único que se puede hacer en el presente es rescatar la memoria para prevenir la repetición de estos hechos. Un trocito de mi historia está al sureste de aquí, al otro lado del río Anacostia: Cedar Hill, la casa en la que pasé mis últimos veinte años, algunos con mi primera esposa Anna, que era negra, como mi madre, y otros con la segunda: Helen, blanca, como el esclavista de mi padre. Por mi fama y mi hogar, me apodaron el Sabio de Anacostia y también el León de Anacostia. Pero mejor sigamos por otro camino: la añoranza por la felicidad pretérita me impide volver a Cedar Hill.

8.-  Museo Smithsoniano de Arte Americano

Este museo del Instituto Smithsoniano está dedicado a obras de artistas estadounidenses. Merece la pena explorar sus salas para conocer este país con una mayor profundidad, con joyas que van desde retratos coloniales y paisajes decimonónicos hasta obras abstractas y pinturas afroamericanas. Empápate de cultura, porque el conocimiento es el único camino desde la esclavitud hasta la libertad, real o metafóricamente. Yo aprendí a leer y a escribir, y conseguí manejar tan bien el arte de la oratoria que los norteños no podían creerse que hubiera sido esclavo. Me convertí en predicador de la iglesia metodista en 1839 y di infinidad de discursos abolicionistas. La cultura es importante, sí, muy importante… ¡Y la memoria! Cuando fallecí, mi esposa Helen luchó por que Cedar Hill se convirtiera en un monumento histórico. Gracias a ella, yo también formo parte de la memoria de esta ciudad, al igual que todos los artistas en el Museo Smithsoniano de Arte Americano. Este museo se encuentra, por cierto, en el edificio de la antigua oficina de patentes y comparte el espacio con la magnífica Galería Nacional de Retratos.

9.-  Museo Nacional de Arte Africano

No puedo evitar que este sea mi museo Smithsoniano favorito; y no solo por el contenido, sino porque sus orígenes tienen un gran valor sentimental para mí, a pesar de que el museo naciera en 1964, sesenta años después de mi muerte. Y es que comenzó sus pasos como institución privada en una casita en la que yo mismo había vivido un tiempo, en el barrio de Capitol Hill, aquí al lado. Tan solo quince años después pasó a formar parte del Instituto Smithsoniano y abrió sus puertas oficialmente en 1987. Cuenta con una amplísima colección con obras de todo el continente africano que van desde la antigüedad hasta la contemporaneidad. Quizás te hayas dado cuenta de que comparte características arquitectónicas con el edificio justo al lado. Se trata de la galería Sackler, especializada en arte asiático. Ambas construcciones se realizaron a la par, a mediados de los 80 del siglo pasado. Me enorgullece ver todo esto: cuando escapé de Maryland para convertirme en hombre libre no me habría imaginado que dedicaran un museo en la capital a mi gente. Qué maravilla.

10.-  Museo del Holocausto

Al contrario de lo que uno podría haber esperado, durante el siglo XX el mundo siguió enfermo de guerras y genocidios. El suceso más inhumano en occidente fue sin duda el Holocausto, culmen de la lacra antisemita que los siglos arrastraban. Con ese afán de conservar la memoria tan presente en esta ciudad, el presidente Jimmy Carter inició un proceso para compilar, organizar y presentar materiales sobre el asesinato de millones de judíos bajo el nombre de Holocausto. Estos esfuerzos se tradujeron a lo que hoy es este museo de entrada gratuita. Con una mezcla de los estilos arquitectónicos neoclásico, georgiano y moderno, el museo del Holocausto abrió sus puertas en 1993 y, en un acto especialmente simbólico, su primer visitante fue Tenzin Gyatso, el decimocuarto Dalai Lama. Sus visitantes podrán pasear entre recuerdos y atrocidades gracias a los objetos, fotografías, vídeos e incluso los angustiantes relatos de los pocos supervivientes que van quedando.

11.-  Monumento a Jefferson

Como es lógico, Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos y presidente del país entre 1801 y 1809, también tiene su monumento en Washington. Y es precioso: diseñado en 1925 con estilo neoclásico, se encuentra a orillas de la cuenca Tidal, componiendo una estampa de ensueño. Jefferson fue el tercer presidente de los Estados Unidos y se encargó de redactar la Declaración de Independencia de aquel 4 de julio de 1776, fecha que se celebra por todo lo alto cada año en esta ciudad y en todo el país en general. Esta celebración se me antoja, sin embargo, como ampulosa, fraudulenta, decepcionante, irreverente e hipócrita, porque tapa los crímenes de una nación de salvajes. Jefferson clamaba estar en contra de la esclavitud, pero no hizo nada para destruirla, y desde la Declaración de Independencia hasta la Proclamación de Emancipación, por la cual se abolió la esclavitud, pasaron casi cien años. Jefferson veía la esclavitud como contranatural y defendía la libertad individual de cada persona, algo muy radical para su tiempo, pero las palabras se las lleva el viento…

12.-  Memorial a Franklin Delano Roosevelt

Franklin Delano Roosevelt ocupó la presidencia entre 1933 y 1945, con el triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, con lo que el presidente ganó en popularidad. Además, implantó el sistema social y político de corte liberal que caracteriza al país aún hoy en día. Todo ello lo hace merecedor de este monumento. Además de algunos elementos habituales en este tipo de obras, como citas célebres, una estatua de la primera dama o escenas políticas, hay partes que seguramente te llamen la atención. Por un lado, la estatua principal del presidente, sentado, está acompañada de otra de un perrito, Fala, la adorada mascota presidencial. Por otro lado, en la entrada hay una estatua de Roosevelt en silla de ruedas, ya que fue el primer presidente con una discapacidad física, lo cual supuso la instalación de rampas en la Casa Blanca. Como curiosidad, su tío y también presidente Theodor Roosevelt invitó durante su mandato, concretamente en 1901, al portavoz afroamericano Booker T. Washington y a su familia a cenar. El hecho levantó tal revuelo entre los sectores más conservadores que no se invitó a ninguna otra persona negra a cenar en la Casa Blanca durante treinta años.

13.-  Parque y río Potomac

Los europeos que llegaron a los Estados Unidos arrasaron con todo, ocuparon los terrenos y masacraron y discriminaron a los nativos americanos. Aunque poco, queda una herencia de lo que resistió a la invasión blanca, como es el caso de ciertos topónimos, entre ellos Potomac, que significa «algo traído» en una de las lenguas algonquinas. Con una existencia de unos dos millones de años, el río Potomac ha presenciado la Historia, desde el paso de los diferentes pueblos nativos americanos que tuvieron la necesidad de sus aguas, hasta las batallas de la Guerra de Secesión que se libraron a sus orillas. Hoy en día, abastece con casi dos mil millones de litros de agua diarios al área metropolitana de Washington. El parque homónimo comprende varios monumentos y tiene hermosos parajes, como el cerezal, especialmente bello en los albores de la primavera. El parque es ideal para pasear cualquier día, en una huida del cemento siempre reconfortante.

14.-  Monumento a Martin Luther King

A pesar de los problemas raciales que aún persisten en Estados Unidos, es evidente que el país ha mejorado muchísimo desde la llegada de los primeros esclavos en 1619 hasta ahora. Quién nos diría a los esclavos de entonces que en la capital se erigiría una estatua de tal envergadura dedicada a un afroamericano. King fue el líder del movimiento de los Derechos Civiles, que, a través de la no violencia y la desobediencia civil, buscó acabar con la discriminación y la segregación racial. La lucha culminó en la Ley de Derechos Civiles de 1964, a través de la cual se prohibió la discriminación por raza, sexo, color, religión y origen. Este monumento se inauguró en 2011 y está compuesto por una estatua de Martin Luther King de más de 9 metros de altura y por frases sacadas de sus distintos textos y discursos. Me encanta la que dice: «Dedícate a la humanidad. Comprométete con la noble lucha por la igualdad de derechos. Mejorarás como persona, harás que tu nación sea más grande y contribuirás a crear un mundo mejor.» ¡Se me pone la piel de gallina!

Monumento a Martin Luther King

15.-  Monumento a los veteranos de la guerra de Corea

En 1950, dos años después de la división de Corea con una polémica frontera, Corea del Norte invadió Corea del Sur, lo cual dio inicio a un conflicto que duraría tres años. Como en otros muchos conflictos bélicos internacionales, los Estados Unidos intervinieron, como fuerza principal de las Naciones Unidas, en apoyo a Corea del Sur. China y Rusia, por su parte, se situaron en el bando de Corea del Norte. Finalmente, se firmó el Acuerdo de Armisticio de Corea para no continuar el conflicto, pero no un acuerdo de paz, con lo que técnicamente las dos Coreas siguen en guerra a día de hoy. En este escenario, el monumento que tienes delante se inauguró en 1995 en honor a los soldados estadounidenses que lucharon en esta guerra, de los cuales más de 36.000 perdieron la vida. Cuenta con un muro que representa escenas bélicas y con 19 estatuas en un terreno hostil, que componen un escuadrón de patrulla en plena acción. El realismo de la obra da escalofríos, ¿no te parece?

16.-  Estanque reflectante del monumento a Lincoln

Este es uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad: ha sido escenario de grandes películas, como Forrest Gump, y a sus orillas han sucedido muchos de los acontecimientos históricos de Washington D. C. Por ejemplo, en 1939 a la artista Marian Anderson se le negó la posibilidad de cantar en una famosa sala de conciertos por el hecho de ser afroamericana, por lo que su espectáculo se trasladó aquí y asistieron más de 75.000 personas. Martin Luther King, Obama…: este lugar tiene una gran relevancia para mi pueblo. Aunque, yo no lo conocí tal cual, claro, ya que me mudé a Washington D. C. en 1877 para trabajar en el Cuerpo de Alguaciles de Estados Unidos, y este estanque reflectante se construyó casi cincuenta años después. Aun sin este mágico estanque de más de 600 metros de largo, me encantaba dar paseos por aquí después del trabajo.

17.-  Monumento a Lincoln

El monumento a Lincoln se construyó entre 1914 y 1922 con piedras de diferentes regiones de los Estados Unidos, en honor a la lucha del presidente por la Unión. El exterior tiene 36 columnas dóricas, una por cada estado que componía el país cuando Lincoln fue asesinado, los cuales también están representados en el friso. El sobrio interior alberga la imponente estatua de Abraham Lincoln, con 18 metros de altura. He de confesar que tengo sentimientos encontrados respecto a Lincoln, porque fue el presidente del hombre blanco: en un principio solo pretendió frenar la esclavitud, pero le costó dar el paso para erradicarla. Aunque compartiera los prejuicios de los hombres blancos hacia los negros, sé que en lo más profundo de su corazón odiaba y aborrecía la esclavitud. Lo importante es que finalmente actuó, y el 1 de enero de 1863 anunció la liberación de todos los esclavos en los Estados Confederados de América a través de la Proclamación de Emancipación. Cien años después, Martin Luther King pronunció desde aquí su famoso discurso «Yo tengo un sueño» delante de las 250.000 personas que asistían a la Marcha por el trabajo y la libertad. Qué no habría dado yo por presenciarlo.

Monumento a Lincoln

18.-  Monumento a los Veteranos de Vietnam

La participación de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam fue fuertemente rechazada por la sociedad. Esta guerra entre fuerzas comunistas y anticomunistas se libró entre 1955 y 1975. Estados Unidos se involucró más y más, por lo que desde 1964 hubo protestas pacifistas durante varios años, muchas de ellas en la capital. Esto fue de la mano de otros movimientos, como la lucha por los derechos civiles y por la igualdad de género. Este monumento de 8000 metros cuadrados está compuesto por una escalofriante lista con los casi 60.000 caídos estadounidenses de la guerra de Vietnam. Los nombres junto a un rombo representan a los muertos en combate y los que van seguidos de una cruz, a los desaparecidos en combate. Aún a día de hoy se agregan nombres al muro y varias veces se ha conmemorado a todas las víctimas leyendo sus nombres en voz alta, tarea que dura tres días. Este monumento me deja sin palabras, así que parafrasearé a Martin Luther King: «Si el alma de Estados Unidos se envenena por completo, parte de la autopsia ha de decir «Vietnam»».

Washington DC

19.-  Monumento nacional a la Segunda Guerra Mundial

El monumento nacional a la Segunda Guerra Mundial se inauguró en 2004 en una ubicación polémica, por ocupar un espacio históricamente destinado a las manifestaciones. Con 56 pilares de granito organizados en forma ovalada, el monumento está dedicado a los dieciséis millones de estadounidenses que participaron en la Segunda Guerra Mundial. Cada una de las más de 4000 estrellas doradas en uno de los muros simboliza a 100 caídos. En otros muros hay citas de personajes históricos y relieves que conmemorar diferentes batallas. Seguramente te sorprendan los dos grafitis que rezan «Kilroy was here», o sea, «Kilroy estuvo aquí», y que parecen no acompañar el espíritu del conjunto. Se trata de un elemento de la cultura popular que los soldados de la Segunda Guerra Mundial usaban como código. El Museo del Holocausto, estrechamente relacionado con este monumento por el mérito estadounidense a la hora de liberar a los judíos, está muy cerca de aquí.

20.-  Monumento a Washington

Uno de los monumentos más destacados de la Explanada Nacional es sin lugar a dudas el obelisco dedicado a Washington, el primer presidente de los Estados Unidos. Lo curioso es que el monumento se concibió antes de que Washington se convirtiera en presidente, ya que era el comandante en jefe del Ejército Continental, es decir, el ejército formado a raíz de la Guerra de Independencia. No puedo decir que le tenga demasiada estima a Washington, el «padre de los Estados Unidos»: con tan solo once años se convirtió en dueño de varios esclavos y luego fue comprando más con el paso del tiempo. El matrimonio Washington llegó a tener más de cien esclavos, que él pidió liberar en su testamento cuando ella falleciera. ¡Ja! ¡Qué generosidad! Como verás, quienes han configurado esta patria son puramente hombres blancos, algo que repercute irremediablemente en los tiempos presentes. Hay que conocer y reconocer las consecuencias de la historia… Y es que nadie puede poner una cadena en el tobillo de su prójimo sin tener el otro extremo alrededor de su cuello.

21.-  Despedida

Aún queda un largo trecho para conseguir la igualdad de las personas, pero me siento lleno de esperanza con la evolución de este país desde mis tiempos hasta el presente. ¡Quién lo habría adivinado! Dediqué mi vida a mejorar esta nación, y mi labor fue tan importante que hay parques, barrios, calles y colegios con mi nombre, mi figura aparece en canciones, libros, películas y hasta videojuegos, e incluso en abril de 2017 se acuñaron monedas con mi rostro. Me ha encantado recorrer la ciudad contigo, emocionarnos juntos y comprobar que, a pesar de todo, soplan vientos favorables. He de dejarte para que sigas descubriendo otros rincones, quizás mi casa en Anacostia o el animado barrio de Adams Morgan. Sigue empapándote de la historia de la capital y recuerda que sin lucha no hay progreso, así que no puedo marcharme sin decirte: ¡Revélate! ¡Revélate! ¡Revélate!

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Patricia Martín Rivas]

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